domingo, 27 de septiembre de 2009

"LA ILUSTRACIÓN OLVIDADA"

MACHISMO: “Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”
PREPOTENTE: “El que abusa de su poder o hace alarde de él”.

De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica:

- Las mujeres mexicanas suman, en la actualidad, 50.2 millones y representan poco más de 50 por ciento de los 99.6 millones de habitantes del país.
- Los hogares dirigidos por mujeres se han incrementado en los últimos años. En 1997, 19 por ciento de los hogares mexicanos eran jefaturados por una mujer.
- De acuerdo con los datos disponibles, el 26 por ciento de las mujeres rurales de 15 años y más no saben leer ni escribir.
- La tasa de participación femenina en la actividad económica se incrementó de 17.6 por ciento en 1970 (del total de mujeres de 12 años y más) a 31.5 por ciento en 1991 y 36.8 en 1997.

No hay quizá un tema tan controversial para los hombres como el de la lucha por la reivindicación femenina, y al mismo tiempo, tan indispensable y hasta vital, para las mujeres. Decidí presentar algunos puntos previos al desarrollo de mi comentario acerca del contenido del libro “LA ILUSTRACIÓN OLVIDADA”, que quizá representen una forma poco ortodoxa de comenzar, pero tienen su razón de ser, y es que en ellos podemos darnos cuenta de dos cosas muy claras: el papel de la mujer en la sociedad ha cambiado para bien, cierto, pero todavía falta mucho para lograr que hombres y mujeres sean realmente iguales en derechos y obligaciones, tanto en el terreno de la teoría, como en el de la práctica cotidiana, que es la que más sinsabores ha dejado a ellas. Pero de este tema tan cercano a todos nosotros hablaré más adelante.

Por lo pronto, para desarrollar propiamente este escrito, quisiera hacer el recuento de dos de los acontecimientos más destacados de la historia, dentro de la lucha por la liberación femenina, me refiero a la conmemoración del día internacional de la mujer y el decreto del derecho al voto de las mujeres en nuestro país.


El primero de ellos, contrario a lo que podría pensarse, no se trata de un día festivo salido de la nada, sino todo lo contrario, el honor que actualmente tiene se lo ganado a pulso, y esto gracias a las tantas mujeres que arriesgaron hasta la vida por hacer valer sus derechos que desde siempre les han sido negados. Así pues, la decisión de “celebrar” el día internacional de la mujer el 8 de marzo, responde a causas que especialmente nos interesan y que están totalmente contextualizadas dentro del estudio que en este seminario estamos llevando a cabo: la participación femenina durante la Revolución Francesa en 1789; la lucha de una trabajadoras estadounidenses de la industria textil por sus pésimas condiciones de trabajo en 1857, que ocuparon una fábrica en Nueva York en 1908 y quienes pidieron que la jornada de trabajo diaria fuera de 10 horas, en lugar de 16 horas diarias, obteniendo como respuesta la decisión de los dueños de la fábrica de incendiar el edificio, quemándolas vivas (murieron 129 mujeres).

Por otra parte, el 17 de octubre de 1953 apareció en el Diario Oficial de la federación, un decreto en el que se anunciaba que las mujeres tendrían derecho a votar y ser votadas para puestos de elección popular; anuncio éste que fue el resultado de un largo proceso que comenzó muchos años atrás, desde la época de la Revolución Mexicana en el que las féminas tuvieron una participación activa, hasta el 1º de diciembre de 1952, cuando al tomar posesión de la presidencia, Adolfo Ruiz Cortines daba la declaración que ponía fin a la espera: las mujeres podrían disfrutar de los mismos derechos políticos que el hombre.

Ahora bien, quise citar estos dos acontecimientos -dentro de otros más que existen en la historia-, porque lo que ambos tienen en común, junto con la polémica de los sexos en el siglo XVIII es: la génesis de la contienda por la emancipación de la mujer y su lucha ancestral por el reconocimiento de sus derechos naturales.

Pues bien, en esta tónica, tenemos frente a nosotros, dentro del contexto histórico que es representado por la Revolución Francesa y el movimiento de la Ilustración, un tema que provoca muchas impresiones; de manera personal considero que es porque la historia siempre ha sido hecha para y por los hombres (al menos eso es lo que nos han hecho creer), y es por esa causa que me resulta relativamente fortuito conocer el papel tan crucial que tuvieron las mujeres dentro de este acontecimiento histórico que representó el movimiento revolucionario francés (como defensoras acérrimas de sus derechos), cuyo motor fue el pensamiento ilustrado que, para los hombres que lo abanderaron desde el principio, se convirtió en arma de “doble filo”.

A mi entender, son dos los sucesos históricos decisivos que han contribuido a que nuestros ojos permanezcan vendados ante la auténtica realidad, me refiero a la concepción propia de “MUJER” que se gestó en las conciencias de toda la sociedad (incluso en las de las propias mujeres), y el que podría denominar como el boicoteo ancestral al pensamiento feminista.

Dentro del primer aspecto, fueron muchos los personajes que contribuyeron con sus ideas a construir su propio concepto referente a la mujer, quisiera hablar en estos momentos, de los que -particularmente- me parecen sobresalientes.
Primero que nada hay que mencionar a la teoría surgida en el siglo XVII, que puede considerarse como la originaria de los pensamientos posteriores, me refiero a la “teoría de las dos sustancias” (en el marco del Racionalismo), mediante la cual, René Descartes planteaba el dualismo propio del ser humano, ya que según él, éste se encontraba formado por mente y cuerpo; ambos eran independientes y por lo tanto, se podía perfectamente justificar que el intelecto de hombres y mujeres era el mismo.
Pero es a partir de la pauta que ofrece esta teoría, que en el “Siglo de las Luces” propiamente, encontramos primero que nada a Simone de Beauvoir, una de las máximas representantes del feminismo ilustrado, que enarboló la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, naturalmente, denunciando que ambos eran iguales y dando a conocer cuanto podía, todas aquellas manifestaciones del machismo represor en todos los ámbitos de la vida cotidiana; de manera más específica decía que “la mujer no nace, sino que se hace”

Aparecen también, pensadores como Diderot, que justifica sus afirmaciones a partir del imponente peso que en esos momentos tenía el aspecto cultural (y que lo sigue teniendo en la actualidad), afirmando pues, que las mujeres son “organismos en los que el corazón (o diafragma) predomina sobre la cabeza (o cerebro)”. Atribuía además, una sobrevaloración al órgano reproductor femenino o útero, pensaba que era para las mujeres un privilegio poseerlo, pero eso no es lo malo, sino la idea que en esta afirmación subyace, y es que para él, la mujer se reducía a ese simple aparato sexual y le otorgaba tanta importancia que afirmó que determinaba la propia personalidad y el intelecto femenino.

Es gracias a la aparición de la llamada dimensión biologicista de la ilustración -que abanderaba el pensamiento de que las mujeres ya tenían un destino predestinado por la naturaleza, y que por tanto, debían sólo cumplir el papel que les correspondía en la sociedad, como protectoras de hijos y sirvienta del esposo- como apareció en el siglo XIV, el “feminismo de la diferencia”, cuyas defensoras se dedicaron a ensalzar el valor de las mujeres; contrario a las concepciones feministas originadas del racionalismo, rechazaban toda afirmación que supusiera que hombres y mujeres eran iguales, y por el contrario, trataron de destacar la diferencia sexual entre los dos géneros con el objetivo de justificar sus peticiones de protección estatal a toda fémina.
Hablemos entonces de dos representantes de esta nueva corriente, como lo es Luce Irigaray, quien le da un refrescante sentido y significación al tema, ya que afirmó que hombre y mujer son dos “sustancias” diferentes, concediendo un valor especial a la última, decía que al pedir el reconocimiento de una igualdad de géneros, las mismas mujeres estaban renunciando a ese carácter especial con el que nacieron al compararse con los hombres. Shulamith Firestone, por su parte, se avocó a diferenciar entre el pensamiento femenino que consideraba artístico-bueno y el masculino que para ella es técnico-malo.


Como un agregado más a este primer aspecto acerca de las aportaciones que se dieron durante la revolución francesa a la concepción del género femenino, quiero hablar ahora del que se constituyó como “el símbolo del proyecto de la ilustración”: “La enciclopedia”, documento escrito y construido bajo la dirección de Diderot y D'Alembert, que recogió todos los conocimientos científicos, filosóficos y demás, que se produjeron en el siglo XVIII. Pues bien, en el libro ya referido, se nos mencionan una serie supuestos y preceptos ideológicos que fácilmente vemos reflejados en nuestra realidad. Dentro de los que más me llamaron la atención, está el que hace referencia a que las relaciones entre hombres y mujeres son un combate permanente, los primeros con la costumbre de fingir sentimientos y las segundas con esa facilidad o “arte” de inspirar el deseo varonil.
Pues esta idea dada hace algún tiempo no está tan lejos de nuestra vida actual, ya que sobre todo los hombres, con el aumento de las tasas de trabajo femenil y de manera general, con el sobresaliente desempeño de las mujeres en todos los ámbitos (laboral, deportivo, cultural, social, etc.) han llegado a sentir desde siempre que sus esposas, novias, amantes, etc., los humillan al tener un mejor sueldo y mantener a la familia, se les hiere en el “ego” y se sienten obligados a aplastar su machismo, sintiéndose ofendidos por ellos, y a nadie sorprenda que muchas veces esta sea la causa de separaciones o divorcios.

Siempre he tenido la idea de que nadie más que las mujeres tenemos en nuestras manos la posibilidad de hacer valer nuestros derechos y que somos más culpables las víctimas en este caso, que los victimarios (los hombres), o en otras palabras: “los valientes viven, hasta que las cobardes quieren”. Así mismo lo expresa el supuesto de Choderlos de Laclos, cuando dice que la integración de las mujeres a la sociedad, está sólo en sus manos y puede ser llevada a cabo por ellas mismas si así lo quieren y luchan por ello. Aunque es preciso aceptar que muchas mujeres encuentran muchas ataduras y obstáculos al querer revelarse contra su propio esposo o contra la sociedad, ya que no puede negarse ese impedimento que significa lo culturalmente aceptado en cuanto a los roles y estereotipos sexuales.

Y así llegamos a un punto que es medular para describir la situación desventajosa que desde su existencia sobre la faz de la tierra, han padecido las mujeres. Y como partida tomaré la aportación de Madame Lambert, quien en el artículo llamado “Mujer” de La Enciclopedia, pone de manifiesto la influencia de la cultura sobre el trato que se le proporciona a las mujeres, así como expone un “inventario” de prejuicios que la sociedad ha elaborado sobre ellas, gracias a la influencia de las “costumbres”, de los sistemas políticos y de la religión, todas ellas contrarias a la razón. Es este el meollo del asunto: los prejuicios, los dogmas y creencias impuestas desde la aparición del hombre por diversas instituciones o aparatos enajenadoras de las conciencias humanas.

Tal pareciera que hay un gen especial en el ADN de todos aquellos seres humanos nacidos hombres, que los hace sentirse superiores a las mujeres; paradójicamente a su naturaleza, parece también que están programados o predeterminados para ser y ejercer el machismo. ¿Es algo innato, inherente a su conciencia?, ya que en menor o mayor grado, se manifiesta esta actitud hasta en las situaciones que parecen ser detalles desapercibidos. Bueno, ya de manera más racional, diremos que desde que nace, todo “hombrecito” se ve envuelto en toda una red compleja de sentencias, comentarios, acepciones, órdenes e imposiciones que lo adoctrinan para “creérsela”, para estar completamente seguro que como “varoncito” no debe hacer cosas que le corresponde realizar a su mamá, a su hermana, a su esposa, a toda mujer, menos a él, porque de lo contrario puede parecer “marica”, “homosexual”, “mandilón”, y mejor ya no digo más adjetivos.

Todos esos prejuicios, creencias y dogmas de los que hablo, fueron creadas por personas y grupos poderosos que vieron la posibilidad de moldear pensamientos en masa para obtener beneficios eternos, ya que fácilmente, mediante la conformación de una cultural, se reproducirían tales ideas. Y si en esta directriz, hacemos memoria hasta recordar que la institución histórica por excelencia que ha fungido como la “domadora” de las conciencias es la iglesia, entendemos que un manejo de la historia a su antojo pudo influir decisivamente o ser la causa principal por la que, hasta nuestros días “las mujeres estamos como estamos” y me refiero a cómo somos concebidas y poco valoradas por los hombres e incluso por nosotras mismas. Cómo olvidar el posible hecho de que la primera mujer no es quien se menciona en la Biblia, o lo que Dan Brown plasma en su libro “Código Da Vinci”, acerca del desprestigio que la iglesia se ha encargado de hacer a María Magdalena y la información omitida y modificada referente a su matrimonio con Jesucristo. Y es que si no nos esforzamos por analizar estos focos rojos, no nos podremos dar cuenta de las intenciones ocultas que han tenido: la difamación y exclusión de la figura de la mujer de toda la historia cristiana, bíblica o religiosa, que trajo consigo los mismos efectos para todos los ambientes sociales posibles y para las relaciones entre hombres y mujeres, con la correspondiente supremacía del primero.


Así, empezando por el ámbito familiar, los niños y niñas nacidos, son criados y tratados de forma diferenciada para asumir sus respectivos roles sociales; nadie puede salirse de los límites establecidos, porque rompe las reglas y es mal visto por la sociedad, de esta manera es como nuestra cultura nos indica que tenemos que comprar ropa azul para el futuro bebé y color rosa para la bebita que está por nacer; obliga también a las mamás a esmerarse por enseñar a sus hijas a realizar de manera eficiente las labores domésticas, y el buen padre se esfuerza porque los varones sepan llevar a cabo “trabajos pesados” y se preocupen por concluir una carrera profesional ya que es quien tiene que mantener a su familia, si las hijas logran obtener un título profesional, se visualiza como un esfuerzo extra y pues “no está de más” que tenga un buen trabajo, pero su responsabilidad no es sustentar los gastos de su hogar, sino preocuparse por atender a su marido y cuidar a sus hijos.

El matrimonio significa el contrato por el que la mujer suele comprometerse, de manera muy general, a serle fiel a su esposo, a RESPETARLO y a no contradecirlo cuando él toma una decisión, sea el tema que sea, porque no me dejarán mentir: “el papá tiene la última palabra”. Pero mucho antes que estas nupcias se realicen, debe existir el requisito indispensable para que la mujer sea digna de su futuro “dueño”, es precisamente ese “himen eterno para la virilidad perecedera” que califiqué así, como una forma de ilustrar el valor supremo de la virginidad femenina, que a ser sincera, no sé si algún día pasará de moda; caso contrario de la promiscuidad o “debilidad natural” masculina que a casi nadie indigesta por parecer “normal”.

Por si fuera poco el desprestigio histórico de la mujer, tenemos también los términos que nuestros prejuicios nos han llevado a construir, como el del “MALINCHISMO” cuya referencia se encuentra en Malinalli Tenépatl, Marina o “la Malinche”, quien fue la traductora e intérprete entre Hernán Cortés y los indígenas, a partir de la ayuda tan significativa que representó para consolidar la conquista, se dice ahora que los malinchistas son personas traidoras, o que prefieren lo extranjero a lo nacional. No hay que olvidar también el término “chingada” cuya acepción fue resuelta por el mismo Octavio Paz: “Es una representación mexicana de la maternidad”… y para terminar con algunas de las curiosidades manifiestas del maltrato o exclusión que ha sufrido y sufre la imagen de la mujer propongo las siguientes preguntas a manera de reflexión: ¿por qué se dice que tenemos patria y no matria?, a propósito del comentario anterior, ¿por qué en masculino la palabra “chingón” expresa algo sobresaliente, bueno o triunfante y en femenino es una degradación o insulto?, ¿por qué cuando se habla del ser humano de manera general se dice por ejemplo: “el hombre llegó al continente americano y no, la mujer…”?

Y aprovechando este cúmulo de puntos negativos, voy a referirme ahora al segundo gran aspecto que planteé desde el principio como factor que favoreció al desconocimiento del pensamiento feminista y es que el boicoteo a la creatividad, al arte e intelectualidad femenina se dio desde los albores de la historia. Gracias a que las creaciones escritas de las mujeres fueron reprimidas, es que sus opiniones se han calificado como incoherentes, fuera de lugar, erróneas y sin ningún fundamento. Y dentro de este aspecto, la Revolución francesa fue el escenario perfecto en el cual, ellas encontraron las condiciones ideológicas necesarias para hacerse notar, en el que lucharon por dar a conocer sus pensamientos valiéndose del propio lema que abanderó la lucha por la instauración de la República francesa: “Libertad, IGUALDAD y fraternidad”, de la luz que el siglo XVIII trajo a la sociedad, de la supremacía de la razón sobre cualquier prejuicio, dogma, servidumbre o ignorancia siendo esta, el arma de “doble filo” que ya había mencionado; y es que las mujeres se dieron cuenta de que los hombres debían ser los primeros en respetar y hacer realidad los preceptos que ellos mismos habían creado para lograr objetivos predominantemente políticos, de lo contrario, se estarían contradiciendo y actuarían no como ilustrados, sino como personas ignorantes y llenas de prejuicios al no hacer valer los derechos de las féminas.

Como la misma Mirabeau lo menciona: “Hasta que las mujeres no se inmiscuyen (en el movimiento revolucionario) no existe una verdadera revolución”. Pero los varones no darían su “brazo a torcer” tan fácilmente, idearon un discurso a su conveniencia, por ello es que la posición que adoptaron sobre las demandas de las mujeres, siempre estuvo marcada con una ambigüedad que les permitió mantenerse de alguna forma, neutrales y evitando mayores problemas, pero que los dejaba con una indecisión total. Lo que sucedió es que se estaba entre dos concepciones, una de tipo culturalista y otra biologicista. La primera consistía en que las costumbres y prejuicios acerca del papel sumiso de la mujer estaban tan arraigados que la ilustración no los podía arrancar de tajo, pero al mismo tiempo, algo obligaba a los ilustrados a hacer uso de su razón y dejar de lado sus convencionalismos porque de no hacerlo, caerían en una contradicción y perderían credibilidad. Pero aparece también la explicación biologicista, que como ya he comentado, sustentaba la idea de que no se trataba de prejuicios o dogmas, sino de que las mujeres -biológicamente- ya nacían con la misión que hasta esos momentos se les había asignado y por lo tanto, no había de qué preocuparse porque la ilustración no surtía efectos para mejorar su situación.

Pero qué mejor momento para mencionar la aparición de la educación, como la mejor solución para resolver hasta este dilema que se suscitó entre los pensadores ilustrados que luchaban por la instauración de la República francesa pero que al mismo tiempo y gracias a su formación cultural, se mostraban renuentes a reconocer la justa reivindicación de la mujer; así es, se reconoció que la influencia de una instrucción sobre las nuevas generaciones, podría hacer la diferencia, acompañada de un cambio en las leyes claro, pero que la primera debía tener la misión de luchar contra el acervo cultural que la familia y la sociedad le hacen al niño creerse superior a las niñas, proporcionándole formación adecuada para ser capaz de utilizar y consultar su razón para reflexionar y darse cuenta que mujeres y hombres son iguales en derechos y que por lo tanto, la represión hacia ellas es totalmente reprobable en hombres nacidos en pleno “Siglo de las Luces”.


De esta forma, puedo decir que, como ninguna otra, esta lectura que llevé a cabo me fue tan grata y digerible, porque gracias a mi condición natural, pude hacer perfectamente una analogía teórico-práctica del mundo que trajo a mí este libro, con lo que cotidianamente vivo, escucho y veo, todo para darme cuenta desde otra perspectiva, que la situación que vivimos tiene una explicación y origen que a veces necesitamos “leer” para darnos cuenta de ello, para quitarnos “la venda” de los ojos. Ya por último, presento a continuación, el decálogo que en términos muy generales, representa la ideología patriarcal, desde el pasado, hasta el día de hoy:

1. Los hombres son racionales mientras que las mujeres son emocionales.
2. Los hombres son más activos y las mujeres más pasivas.
3. Los hombres son más agresivos y las mujeres más pacíficas.
4. Los hombres tienen grandes necesidades sexuales mientras que las mujeres tienen poco o nulo apetito sexual (las mujeres aman, no desean).
5. Los hombres son físicamente fuertes mientras las mujeres son débiles.
6. Los hombres son ambiciosos; las mujeres, conformistas.
7. Los hombres son egoístas mientras que las mujeres son abnegadas y sacrificadas.
8. Los hombres son psicológicamente fuertes y las mujeres, vulnerables.
9. Los hombres son dominantes y las mujeres son sumisas.
10. Los hombres son independientes; las mujeres, dependientes

1 comentario:

  1. Hola Alba. que puedo yo decir, si la poeta eres tu, muy interesante la forma en que resolviste leer el libro, dejas claro tu posición de mujer, de conocedora, de no conformarte con la verdad existente o con una simple explicación, sino, vas más allá a donde los demás no se atreven a ir, a buscar explicaciones. Que bien que el libro de la ilustración olvidada te sirva de referente. felicidades.

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